Cada cuando me pongo a pensar en mi instrumento. En el piano en el sentido general, y en mi propio piano. A veces escribo esos pensamientos.
Esto sucedió en el 2017 porque al Steinway de Casa Cuatro le urgía trabajo tanto de reparación como de mantenimiento. Se calculaba un total de 30 mil pesos. De mí me han dicho que soy la madrina de ese piano porque lo escogí, lo elegí entre unos seis o siete que Ramón Sanabria, que en paz descanse, había pre-seleccionado en la Ciudad de México, ese día de la primavera del 2013. Es por eso que yo me siento algo responsable para este piano, por esto siempre lo he pensado como Nuestro Amado Steinway. Algo en la voz de ese instrumento me habló y me quiso cantar, ese día que lo toqué por vez primera en el taller en la Roma, esa parte de la Roma en la CDMX donde cada tercer edificio aloja un taller de pianos.
Así que siendo la madrina, yo propuse una pequeña campaña de recaudación de fondos. Éste consistía en que varios músicos -entre ellos quien suscribe- donaran su talento en la interpretación de conciertos. Resumidos cuentos, logramos la meta y nuestro maravilloso técnico Ramón Sanabria, QEPD, hizo el trabajo temprano en el 2018.
A la par con todo esto, me pegaron ganas de escribir sobre el proceso; en total fueron tres escritos relativamente cortos, a que puse por título La vida de un piano / The Life of a Piano. Nunca subí ninguno de los tres a mi blog, quién sabe porqué.
Se puede leer el primero de esos escritos aquí: https://cervantespiano.com/index.php/Front/blogRead?dataID=17&id=50&lang=es
Luego pasaron cinco años de que casi tres fueron de la pandemia COVID-19. Seguramente tres hasta que se reanudaron conciertos en ese bello espacio. Después de cinco años de casi total inatención, al Amado Steinway y a otros buenos instrumentos de Guanajuato, les urgía atención experta. Y más aún a mi propio piano, que lejos de total inatención recibía un promedio de tres horas diarias de atención y amor.
A inicios del 2023 intenté empezar una iniciativa para traer a Guanajuato un técnico de categoría para dar esa atención. Giré un correo, nadie respondió, y lo dejé otro año más. Hasta que ahora, por fin, todo se dio. Los astros se alinearon. Vino el Maestro Misael Martínez y atendió a esos pianos: El Amado Steinway de Casa Cuatro, el Yamaha del Foro 81 con su hermosa voz bruñido y el mío, ¡mi piano! No exagero: restauró la voz de cada piano. La propia y única voz peculiar a cada instrumento.
Graves aterciopelados
Agudos con brillo
Me siento al piano y toco … Debussy, porque ahora toca Debussy, es lo que estoy metiendo en dedos y oídos y corazón.
Y caramba, no quiero parar, no quiero dejar el piano. Porque es mi piano, mi piano devuelto a mí, mi piano -en una palabra- renacido.
Los parciales graves, la parte aguda que ya tiene una sensación de flauta, o de harmónicos de violín, el instrumento entero ahora tiene riqueza y profundidad sonoras que hace mucho que no oigo.
Me doy cuenta de que, en realidad, durante mínimo un año, mi instrumento no me está ayudando; que en realidad me estaba demorando. Todo esto es porque el pasado miércoles 13, el Mtro MM, máster técnico de pianos, vino de la Ciudad de México a atender a algunos buenos pianos de aquí. En realidad, yo organicé esta visita porque hacía rato que yo sabía que si a mi piano le urgía, también a otros instrumentos aquí. El mío fue el último; el Maestro terminó con esa ardua labor de abrir, limpiar, regular, afinar y todo lo demás sobre las once de la noche … y se fue de vuelta a la CDMX.
Nada de esto inció ayer. Nos remonta a la Historia, no sólo la mía sino la de un piano en particular.
La parte más antigua es que yo, habiendo escuchado el piano desde antes de nacer porque mi mamá lo tocaba, empecé a querer el piano y la idea de tocarlo. Décadas después, me hice acreedora de una beca Fulbright-García Robles para venir a México con un proyecto bello y descabellado: de desarrollar un repertorio de música contemporánea de concierto para su posterior difusión en EU.
Casi nunca en mi vida había vivido sin un piano. Yo siempre juraba que dormiría bajo el piano de ser necesario pero no viviría sin mi instrumento. De manera que ni bien llegué aquí con la Fulbright, que casi de inmediato compré un piano terriblemente barato de un “pianotraficante”, como yo le decía. Acordamos unos arreglos que se iban a hacer; le di la mitad del precio acordado; se entregó el piano pero sin los arreglos acordados de manera que me negué a pagarle; el pianotraficante me quiso demandar penalmente; le pagué. Luego tuve que pagar el trabajo que no hizo pero ni modo: tenía un piano aunque seguía siendo terriblemente barato, se desafinaba después de tocarse un par de horas.
Uno o dos años después, gracias a un querido colega de la Sinfónica aquí, me enteré de un técnico de pianos en la Ciudad de México que posiblemente me podría encontrar un buen piano en venta en la Ciudad de México. Fue Ramón Sanabria … tres oraciones de historia. Y unos 14 años más tarde, se hizo la reconstrucción de un bello y antiguo inmueble aquí, con la idea de hacerlo un centro de cultura, de arte y gastronomía: Casa Cuatro. El dueño, un señor de mucha educación, estuvo comprometido con que Casa Cuatro contara con un buen piano. Así que un buen día otoñal fuimos todos a la CDMX: Sanabria, el dueño L, la administradora Z y yo, a escoger un piano.
El taller en la Roma
Steinway: esa particular dulzura de sonido que sin embargo puede alcanzar a la última fila del recinto, es finura y claridad.