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MARCHÁNDOME
2014-04-24

El 29 de abril 2014 tipo 15:30h, hará un año desde que fumé mi ultimo cigarro.

A la sazón, escribí sobre la experiencia de dejar mi relación con el tabaco, pero por varias razones nunca subí nada a mi blog.  Unos pocos muy cercanos amigos sabían de este acontecimiento, pero la gran mayoría de amigos y fans no supo nada. ¡¡Perdón!!   Ahora salgo del armario, como quien dice.

Van unas observaciones más o menos aleatorias, juntadas durante el transcurso de los pasados doce meses.  Durante ese mismo año grabé y presenté los dos discos de Canto de la Monarca: Mujeres en México –sobre le cual sí subí bastante al blog: ¡indáguenlo aquí en enero y julio del 2013!

Vale, por empezar: parece estar muy de modo hablar pestes del tabaco, estar totalmente anti-tabaquismo; parece que no hay escala de grises, todo blanco o negro.

Pues va, por fuera de modo que parezca: mentiría si dijera que no disfruté el 90% de los cigarros que fumé.  Santo dios, ¡cómo me encantó fumar!  Sólo recordarlo me lleva una sonrisa nostálgica a los labios. Mmmhhh.

Así mismo, sería una mentira gruesísima decir que sufrí horriblemente a la hora de dejar esa relación.  Sí, tuve un par de horas en que me asaltó la cosquilla de la auto-duda, preguntándome si hubiera hecho la cosa correcta –algo a que me doy cuenta de que estoy ALÉRGICA— pero eso fue principalmente por la parte psicológica, no la física— de la dependencia. Y se resolvió muy fácilmente con la buena comida a que me invité. Léelo en SALIENDO.3.

Varias personas dijeron o escribieron cosas que me dieron la sensación de que ellos tenían visiones de Cervantes batallando a todo lo que daba para liberarse de las garras de esta horrenda y malévola adicción.  Solían aparecer frases como tu batalla con la adicción casi enmarcadas con luces anaranjadas o imágenes de relámpagos de caricatura, como la publicidad de una peli de los años cuarenta del siglo pasado.  Muy Hollywood, mis queridos, pero así no fue en lo más mínimo.  En realidad, sólo hice lo que cualquier de nosotros hace cuando resuelva hacer una tarea, ya sea preparar la interpretación de una pieza de música o la construcción de una casa: me organicé con las mejores herramientas disponibles y manos a la obra.

La verdad es que ya estuve lista para salir, igual como había estado lista para salir de otras relaciones en que me había entretejido y que habían empezado a hacerme daño.  En todas la Persona En Cuestión ya me había dejado, en algún sentido: los caminos se habían dividido, se había puesto en claro que dicha Persona quisiera otro tipo de mujer o simplemente, otra mujer.  Aquí, empecé a ver que el tabaco también ya me había dejado: empezó a hacerme mella, a aminorarme el paso. Así que era hora de hacer mutis, lo más grata y fácilmente posible, ocasionando la mínima molestia que pudiera.  ¿Cómo una doña? Sí.  ¿Cómo la Amable –aunque Imperiosa— Diva que quiero ser?  En lo absoluto.

Pues ¡resulta que no todo mundo quisiera saber que no sufrí! Quedé atónita.  En ese par de semanas después de fuma ese último cigarro –algo parecido a hacer el amor por lo que sabes será la última vez— me topé con toneladas de personas con quienes compartía que había dejado de fumar.  Algunas estuvieron súper apoyativas – interesante que mucha gente que todavía fuma y lo disfruta mucho fue entre las personas más positivas. Hubo otras personas que, según me dijeron, habían dejado de fumar y todavía sintieron privadas de algo.  Uno me dijo, Hace tres años desde que lo dejé y todavía, cada que alguien enciende uno en mi alrededor todavía me muero de ganas de fumar.  Luego me mira con una mirada penetrante y me pregunta, “¿Y cómo te sientes?”  Le digo que me siento increíblemente feliz me lanza una mirada cargada de escepticismo y recelo.

De repente me doy cuenta que el compartir mi propia felicidad no siempre dará alegría a los demás. Lo había visto antes en mi vida pero lo había olvidado.  Cuando conté todo esto a mi querida amiga Z*** Y***, terapista que trabaja mucho con asuntos de adicción, ella dijo, Sounds like you were smoking for a lot of people (Parece que estabas fumando para mucha gente).  Aún en el teléfono de Skype pude escuchar su sonrisa.

Y luego hubo las personas  -principalmente no-fumadores pero que quizás han tenido sus batallas desde menor hasta acampal con la comida o la bebida o lo que sea— genuinamente interesadas en cómo me fue, cómo era. Para mí esto de veras me cayó muy bien.

Esto parecerá completamente loco pero es verdad: hay momentos cuando pienso en el cigarro y en fumarlo, y el asunto entero me parece irrelevante.  Es la mejor palabra que se me ocurre.  El cigarro ya no tiene nada que ver conmigo, bueno o malo, disfrutable o asqueroso. Simplemente no importa.

También ha sido divertido descubrir la enorme cantidad de folclor alrededor del asunto de la dependencia, en particular en lo que se refiere al tabaco.  A veces útil aunque rara vez; principalmente divertido.  Por empezar, los datos son del todo contradictorios.  Creo que no toman en cuenta que cada cuerpo es distinto.

Varias personas, al saber que yo había salido, me enviaron estas chulísimas listas de los cambios positivos que pasan a tu cuerpo cuando dejas de fumar.  Tanto en inglés como en español, benditos. Varias versiones distintas, si sirve la memoria.

En una, dijo que yo iba a tener menos vello en mi cuerpo –porque el tabaco puede impedir la producción de estrógeno que, se supone, pone su límite en la cantidad de cabello y vello que el cuerpo femenino produce. Éste iba acompañada por una imagen de esas digitales de un antebrazo bastante hirsuto, seguido por otro casi completamente carente de vello.  (Me pregunto qué tiene todo esto que decir acerca de la imagen popular de la belleza femenina … pero eso es otro blog.) Pues lamento decir que no dio en el blanco.  Parece que tengo más cabello, digo, no de manera fea, pero en definitivo más. Todavía me estoy acostumbrando.  Yo soy totalmente a favor de mucho cabello en la cabeza, así que no me quejo.

Obviamente sobre la relación entre el arte y la dependencia química se ha escrito montones.  La muerte por heroína de Philip Seymour Hoffman hace unos meses sacó a la luz muchos comentarios acerca de cómo los sensibles entre nosotros son particularmente vulnerables a problemas de adicción.  Y hubo los inevitables comentarios sobre para esas personas, cuando son artistas, la dependencia incluso podría ser una suerte de precondición necesaria para su trabajo.

Yo tengo un considerable problema con estas ideas.  Por un lado, representa un espantoso estereotipismo acerca del artista: una verdadera porquería romanticizada.  ¡Lo peor es cuando los jóvenes artistas lo creen!

Y en realidad, simplemente no es el caso: veamos todos los músicos –por mencionar sólo una categoría—que terminaron sus relaciones abusivas con el alcohol y otros drogas y siguieron adelante para tener espléndidas carreras.  No perdieron ni una iota de su pasión o su potencia musicales, y seguramente agregaron años a sus vidas tanto creativas como físicas.

Como se puede imaginar, yo pensé bastante en todo esto, antes de dejar de fumar.  Y después.  Si hubiera algo que me preocupaba fue precisamente eso: ¿hasta qué grado el tabaco estaba enganchado a mi vida como músico? Cuántes veces recordé cómo de un día al otro abandoné el cenicero con su humeante cigarro, al lado del piano en su mesita especial, pocas semanas después de que empecé a trabajar con Lettvin.  Nadie –¡y menos yo!—pretendía que yo dejara de fumar … pero de repente se convirtió en una distracción.  No solamente no fue necesario, fue una molestia.  Pensé en esto como aún otro modelo, sin estar segura de cómo entraría en juego pero bastante segura de que sí entraría, ya sea de manera literal o metafórica. Y por supuesto que sí: el cigarro había empezado a poner trabas en mi camino más que me estaba complaciendo; ergo, era una molestia.  Hora de que yo me marchara.

La amiga que dejó el tabaco cuando estaba fumando hasta 60 cigarros diarios me dijo, antes de que yo lo dejé, Mira, no tiene que ver con el cigarro como tal, tiene que ver con tu relación con el cigarro – es mucho más acerca de ti que del cigarro.

Nunca me he arrepentido de esta decisión, ni siquiera por un momento.  Al contrario: sigo sintiéndome profundamente agradecida que mi salida de esa relación con el tabaco –tan gratificante y placentera durante tantos años— resultó ser tan fácil, al final cuando la relación ya no era muy emocionante y se había convertido en un lastre.

Nostalgie du tabac.  Ha habido y todavía hay lo que he llegado a pensar como nostalgie du tabac –quién sabe porqué lo pienso en francés, ¿será esos tipos tan feo-guapos y tan extraordinariamente sexy, todos con el cigarro colgado de sus labios tan apetecientes?—en todo caso: nostalgia por el tabaco. En definitivo no es nostalgia para fumar el tabaco: tengo cero ganas de fumar. Más bien, es nostalgia por cómo me sentí en ciertos momentos cuando fumaba. Interesante que casi todos esos momentos tienen que ver con estar sola, con apartarme de la muchedumbre.  Todavía hay bastante aquí que examinar.

Se cumplió mi deseo.  Tres o cuatro veces he tenido momentos en que me di cuenta, incrédula, que casi quisiera que tuviera ganas de fumar – me hace reír.  Después de la última vez que esto pasó –en marzo, hace un mes aproximadamente— entendí: NO quererlo es lo que tan apasionadamente había deseado, hace casi siete años.  Se cumplió mi deseo.

De cuando en cuando, durante estos pasados veinte-tantos años, me he dado cuenta: todas las cosas que en realidad he deseado, he recibido.

Vale, la parte del peso.  Si has leído los anteriores posting, sabes que yo tenía una visión de mí misma parecida a mi tocaya Ana Guevara, dentro de seis meses después de fumar ese último cigarro.  Esto no ha sucedido.  De hecho, hay unos cinco kilos innecesarios en el área de mi cintura que antes no estaban. Oscilo entre rabia por los kilos y deleite –sí, todavía— por el delicioso sabor que tiene la comida –y eso que yo siempre tenía un paladar bastante fino aún como fumadora. También hay una suerte de boba alegría acerca de casi todo, me supongo que primordialmente por estar viva y consciente.

La gente tampoco sabe qué pensar de esto, al menos algunas personas.  Por un lado, por todo un haz de razones santurronas, tienen que estar muy felices que Ana Dejó el Chingarro.  Por otro lado, ¿les da gusto verme Un Tantito Rechoncha? ¿Qué le pasa a la Q, por dios?

Pero no puedo dar explicaciones.  Me supongo que he decidido –recurriendo al modelo de que parece que he logrado las cosas que en realidad he deseado—que en cierto momento el equilibrio se volverá a establecer, resultado de un misterioso giroscopio cuyo instructivo no tengo y sólo puedo intuir.

Parece que todavía no estoy lista para el Regimen Macrobiótico de Madonna.  Buenoooo … quizás si hubiera un chef particularmente simpático que me lo cocinara … nunca digo nunca.

Mientras tanto, como siempre cuando estoy aquí, salgo todas las mañanas a caminar o a correr con mis dos maravillosas compañeras Azabacha y Estrella.  Desde principios de abril, después de la profunda fatiga post-parto de Monarca, por fin empiezo a establecer un buen ritmo de trabajo al piano. Curiosamente, tomado de la mano con esto piano se reestablece mi trabajo de alfombra, una mezcla de Pilates, Somática, yoga y quién sabe qué más.  Así que --¿quién sabe?—tal vez el giroscopio ahora se activa.

Importantísimo entender: dejar el tabaco es un golpe metabólico de proporciones titánicas. Si hubieras tomado, al levantarte, un juguito de naranja cada mañana durante muchos años, y de repente no lo hicieras, tu cuerpo lo sentiría.  Probablemente dejar el tabaco es un poco más complejo que este ejemplo, pero te da idea.  Me late que hay algo de investigación sobre este aspecto pero muy honestamente, entre la grabación de los dos discos Monarca y toda la acompañante locura no tuve ni tiempo ni energía mental para darle el necesario seguimiento.

Una suerte de inocencia. Olfateo el perfume de un cigarro recién encendido y me huele absolutamente delicioso.  Pero no me da ningún deseo de fumar.  Esto para mí es un fenómeno absolutamente asombroso y deleitoso. Es una suerte de placer inocente que imagino ser como ser niña, olfateando el cigarro de mi papá –o igual mi mamá, los dos fumaban— y gustando de ese perfume sin ganas de algo más.

Curiosidad.  Como en tantos otros momentos, la curiosidad fue un ímpetu que me generó enorme energía.

Por ejemplo: toqué mi primer concierto libre de tabaco exactamente un mes después de fumar ese último cigarro, y fue algo bastante chido.  No tenía ni idea de cómo se sentiría y lo más chido de todo es que estuvo completamente bien.  Fue una grata sorpresa que no se sintió nada diferente.  De hecho, concentración y energía tantito mejor -- ¿será por tener más oxígeno en cuerpo y mente?

Otro ejemplo: cuando fui a EU para las presentaciones Monarca en DC y NYC, fue la primera vez que había estado en DC como no-fumadora desde mi adolescencia … y la primera vez en NYC.  Aquí también me preguntaba cómo sería.  Por un lado, ¡¡SORPRESA!! En realidad no se sentía muy distinto.  Por otro lado, para mí fue un asombroso hito histórico en mi vida.

Hazlo por tus propias razones. Al mero final de ese curso Allen Carr con sus seis horas y media, la terapeuta dijo, “Esto es algo trillado pero terriblemente importante. Siempre leemos que hay que hacer las cosas para nosotros mismos: la meditación, la relajación, una caminata en el bosque, las vacaciones, lo que sea.  Esto es igual pero en otro sentido: es absolutamente esencial que cada uno de ustedes deje el cigarro por sus propias razones. Escríbelas.  Pon una copia en el refri, en la cartera o la bolsa de mano, otra al lado de la cama, otra en el coche –dondequiera que creas que sea necesario.  Todas las personas en tu alrededor tendrán una larga lista de razones para que tú dejes de fumar.  Seguramente son muy válidas pero no son TUS razones.  No lo hagas por sus razones, hazlo por las tuyas.”

Imposible exagerar lo importante y maravilloso que fue este consejo para mí.  Conforme que pasaron las semanas y los meses después de ese último cigarro –fumado con goce pero también, sea dicha la verdad, casi con aburrimiento, anticipando mi pronta libertad— entendería vez con vez lo atinadísimo que es este consejo.  ¡Es cierto! Todas las personas en mi alrededor tenían una larga lista de razones porque sería bueno para mí dejar de fumar. Estoy segura que todas, TODAS fueron válidas, persuasivas, buenas, lo que sea.  Pero a la postre estas razones –como me supongo sucede a cada rato en estas situaciones—tenían mil veces más que ver con esas personas que conmigo.

Y mis razones ¿qué fueron? Si has leído los anteriores capítulos en esta pequeña crónica sabrás algunas. Al final, la razón central es:

Era hora de irme.

¿Qué llevo conmigo ahora, un año después de marcharme de esa relación?

Creo que es esto:

Lo primordial, cada vez más, es que La Parte de la Alegría es a Mí.

Segundo: la Elección y las Razones son Mías. No tan extraño, me supongo, que esas también fueron las lecciones centrales de otras salidas, otras partidas, otras evoluciones en mi vida. ¡Lo mejor es todavía por venir!

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